No siempre lo peor es cierto - Pedro Calderón de la Barca - ebook

No siempre lo peor es cierto ebook

Pedro Calderon de la Barca

0,0

Opis

No siempre lo peor es cierto es una comedia de capa y espada.  Sin embargo, su tono, casi sentimental, y su argumento, la separan del resto de las comedias de Pedro Calderón de la Barca. En No siempre lo peor es cierto Don Carlos, amante de Doña Leonor de Lara, encuentra de noche un hombre en el aposento de ella. Lo toma por su rival, y lo mata, arrebatado por los celos. Luego para salvar el honor de Leonor, se la lleva consigo. La considera culpable, y pese a ello, la protege. La trama de No siempre lo peor es cierto alimenta las sospechas de Carlos, y llena de dudas a los espectadores, hasta que al fin aparece la verdad en todo su esplendor. Carlos se convence de que Leonor le ha sido siempre fiel. Este drama nos admira por el desarrollo vigoroso de su relato y el ingenio delicado de su autor. Encanta también su argumento principal y los caracteres de Don Carlos y Doña Leonor, trazados con fuerza y gracia: Carlos, de nobles y magnánimos pensamientos, arrastrado, no obstante, por esas mismas cualidades a concebir sospechas injustas; Leonor, dulce y por afectuosa con él, que tanto la ofende.

Ebooka przeczytasz w aplikacjach Legimi na:

Androidzie
iOS
czytnikach certyfikowanych
przez Legimi
Windows
10
Windows
Phone

Liczba stron: 90

Odsłuch ebooka (TTS) dostepny w abonamencie „ebooki+audiobooki bez limitu” w aplikacjach Legimi na:

Androidzie
iOS
Oceny
0,0
0
0
0
0
0



Pedro Calderón de la Barca

No siempre lo peor es cierto

Barcelona 2022

linkgua-digital.com

Créditos

Título original: No siempre lo peor es cierto.

© 2022, Red ediciones S.L.

e-mail: [email protected]

Diseño de cubierta: Michel Mallard.

ISBN rústica: 978-84-9816-452-7.

ISBN ebook: 978-84-9953-359-9.

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar, escanear o hacer copias digitales de algún fragmento de esta obra.

Sumario

Créditos 4

Brevísima presentación 7

La vida 7

Personajes 8

Jornada primera 9

Jornada segunda 53

Jornada tercera 105

Libros a la carta 143

Brevísima presentación

La vida

Pedro Calderón de la Barca (Madrid, 1600-Madrid, 1681). España.

Su padre era noble y escribano en el consejo de hacienda del rey. Se educó en el colegio imperial de los jesuitas y más tarde entró en las universidades de Alcalá y Salamanca, aunque no se sabe si llegó a graduarse.

Tuvo una juventud turbulenta. Incluso se le acusa de la muerte de algunos de sus enemigos. En 1621 se negó a ser sacerdote, y poco después, en 1623, empezó a escribir y estrenar obras de teatro. Escribió más de ciento veinte, otra docena larga en colaboración y alrededor de setenta autos sacramentales. Sus primeros estrenos fueron en corrales.

Lope de Vega elogió sus obras, pero en 1629 dejaron de ser amigos tras un extraño incidente: un hermano de Calderón fue agredido y, éste al perseguir al atacante, entró en un convento donde vivía como monja la hija de Lope. Nadie sabe qué pasó.

Entre 1635 y 1637, Calderón de la Barca fue nombrado caballero de la Orden de Santiago. Por entonces publicó veinticuatro comedias en dos volúmenes y La vida es sueño (1636), su obra más célebre. En la década siguiente vivió en Cataluña y, entre 1640 y 1642, combatió con las tropas castellanas. Sin embargo, su salud se quebrantó y abandonó la vida militar. Entre 1647 y 1649 la muerte de la reina y después la del príncipe heredero provocaron el cierre de los teatros, por lo que Calderón tuvo que limitarse a escribir autos sacramentales.

Calderón murió mientras trabajaba en una comedia dedicada a la reina María Luisa, mujer de Carlos II el Hechizado. Su hermanó José, hombre pendenciero, fue uno de sus editores más fieles.

Personajes

Don Carlos

Don Juan Roca

Don Diego Centellas

Don Pedro de Lara, viejo

Fabio, criado

Ginés, criado

Doña Leonor

Doña Beatriz

Inés, criada

Jornada primera

(Salen don Carlos y Fabio, vestidos de camino.)

Carlos ¿Diste el papel?

Fabio Sí, señor;

y con notable alegría

dijo que al punto vendría

a esta posada.

Carlos Y Leonor

¿habráse ya levantado?

Fabio Aun no ha abierto su aposento.

Carlos Pues llama en él, porque intento

darla parte del cuidado

con que a asegurar me atrevo

su vida y su honor aquí,

por lo que me debo a mí,

no por lo que a ella la debo.

Llama, pues; que ya es hora

de que despierte.

(Sale doña Leonor.)

Leonor Eso fuera

si yo, don Carlos, durmiera;

pero quien padece y llora

desdenes de una fortuna

tan crüel, tan inclemente,

tan a todas horas siente

que no descansa en ninguna.

¿Qué me quieres?

Carlos Informarte

de cómo en tan triste suerte

trata mi amor defenderte,

ya que no es posible amarte.

Sabrás...

Leonor No prosigas, no;

pues sea justo o no sea justo,

basta saber que es tu gusto

para obedecerle yo.

Que, aunque en pena semejante

atento te considero

a la ley de caballero,

primero que a la de amante,

en mí no hay más elección,

más gusto, más albedrío

que el tuyo; siendo éste el mío,

¿para qué es la relación?

Carlos ¡Oh, qué bien esa humildad,

hermosa Leonor, viniera,

si de voluntad naciera,

y no de necesidad!

Leonor A quien ya le ha persuadido

la apariencia de un engaño

tarde o nunca el desengaño

pondrá su queja en olvido;

y más cuando él de su parte

tan poco hace por creer

que pudo o no pudo ser.

Carlos No trates de disculparte;

que no has de poder, Leonor.

Leonor Haz una cosa por mí,

por ser la última que aquí

ha de deberte mi amor.

Carlos Sí haré; sal de ese cuidado.

Dime, pues, lo que deseas.

Leonor Escúchame, y no me creas

después de haberme escuchado.

Carlos Con aquesa condición,

sí haré. Prosigue, pues; di.

¿Qué es lo que quieres de mí?

Leonor Solamente tu atención.

Carlos Aguarda. ¡Fabio!

Fabio ¿Señor?

Carlos Si viniere el caballero

que llamaste, entra primero,

porque se esconda Leonor.

(Vase Fabio.)

Prosigue ahora.

Leonor Ya sabes,

Carlos mío... Mal empiezo,

pues yendo a decir verdades,

hube de empezar mintiendo.

Descuido fue; ¡ay Dios! ¡Cuál debe

de andar mi amor acá dentro,

pues, de cuanto arroja fuera,

hasta el descuido es requiebro!

Ya sabes, digo otra vez,

la ilustre sangre que tengo,

por la estimación que has visto

en mis padres y en mis deudos.

También sabes que por mí,

Carlos, no la desmerezco,

aunque quieran mis desdichas

deslucir mis pensamientos.

¡Oh, cuánto en esta materia

cobarde estoy, conociendo

que contra mí hasta la misma

verdad sospechosa tengo!

Pues quien me viere venir

peregrinando a otro reino

en poder de un hombre mozo,

y dé este con tal despego

tratada que las finezas

que a su ilustre sangre debo

aun no las debo yo, pues

él se las debe a sí mesmo˛

¿cómo creerá que sin culpa

tantas desdichas padezco,

cuando al primero que obligo

es el primero que ofendo?

Pero ¿qué importa, qué importa

que en lo aparente y supuesto

se conjuren contra mí

estrella, fortuna y tiempo,

si en la verdad han de hallarse

todos de mi parte, haciendo

lo que el Sol con el eclipse,

que, aunque borre sus reflejos,

aunque perturbe sus rayos,

no por eso, no por eso

deja, a pesar de las sombras,

de salir después, venciendo

la vaga interposición

que ya le juzgaba muerto?

Y al fin contra cuantas nieblas

mi esplendor deslucen, pienso

coronarme victoriosa;

y hasta llegar este efecto,

hoy, a pesar de sus iras,

a atar el discurso vuelvo.

En la corte, patria mía,

—¡oh, pluguiera al mismo cielo

hubiera sido al nacer

mi cuna y mi monumento!—

Carlos, me viste una tarde

que, a San Isidro saliendo

con unas amigas mías

por amistad o por deudo,

llegaste a hablarlas y, dando

licencias el campo —atento

a mi hermosura dijera,

si pensara que la tengo—

de galán y de entendido

juntaste los dos extremos,

haciendo la cortesía

capa del atrevimiento.

Continuaste desde entonces

en mi calle los paseos,

en mi reja los suspiros,

de día y de noche siendo

la estatua de mis umbrales

y la sombra de mi cuerpo.

Solicitaste criadas

y amigas, que son los medios

comunes de amor, a quien

debiste que tus afectos

oyese, para escucharlos,

si no para agradecerlos.

¡Cuántos días te costó

de finezas y desvelos

que leyese un papel tuyo!

Tú lo sabes; y así quiero,

dejando empeños menores,

ir a mayores empeños.

Enterada yo de que

fuesen, Carlos, tus intentos

tan lícitos que aspiraban

solo a fin de casamiento,

admití, menos crüel

que debiera, tus deseos;

pero con aquel seguro

bastante disculpa tengo

en lo ilustre de tu sangre,

lo honrado de tus respetos,

lo galán de tu persona

y lo sutil de tu ingenio.

Ya nuestra correspondencia

entablada, en el silencio

de la noche, porque a él solo

se fiaba el amor nuestro,

nos hablábamos por una

reja de mi cuarto; y viendo

que no dejaba de ser

escándalo a los que, necios,

de sus cuidados se olvidan

por cuidar de los ajenos,

tratamos que desde entonces

entrases al aposento

de un criado, donde yo

hablarte podía sin miedo.

De esta vil curiosidad

que tantos daños ha hecho,

pues los peligros de afuera

enmienda con los de adentro,

una noche que veniste

más tarde que otras —no quiero

hablar, que no es ocasión,

en si otro divertimiento

más gustoso te detuvo,

pues al fin yo le agradezco

la novedad de venir

al daño y no venir presto—

entraste en mi casa, y cuando,

quejoso mi sentimiento,

desconfiada mi fe,

te esperaba con aquellos

dulces desaires de amor

que entre confianza y miedo

hacen el cariño más

porque le descubren menos,

apenas una palabra

pude hablarte, cuando siento

dentro de mi cuarto ruido

y a saber quién era vuelvo.

Tú, pensando que sería

desdén estudiado, a efecto

de castigar tu tardanza,

me seguiste, cuando —¡ay cielos!—

vi —¡mátame mi memoria!—

que —¡con qué dolor me acuerdo!—

un —¡con qué pena lo digo!—

hombre —¡ahógame mi aliento!—

embozado —¡qué desdicha!—

hacia mí...

(Sale Fabio.)

Fabio Aquel caballero

que enviaste a llamar aguarda

ahí fuera.

Carlos Éntrate allá dentro;

que no quiero que te vea

hasta después.

Leonor ¡Que hasta en esto

hube de ser desdichada,

pues, aun para este pequeño

alivio de hablar siquiera,

hubo de faltarme tiempo!

Carlos Hoy verás cuánto es en vano

querer disculparte.

Fabio Presto,

si has de esconderte; que entra.

Carlos Tú salte allá fuera luego;

(A Leonor.) y tú escucha lo que hablamos.

Leonor ¡Qué poco a mi estrella debo!

Carlos Menos debo yo a la mía,

pues lo que me dio la he vuelto.

(Escóndese doña Leonor y vase Fabio. Sale don Juan.)

Juan ¡Don Carlos, primo!

Carlos Los brazos

me dad, don Juan.

Juan Aunque tengo

para negarlos razón,

conmigo acabar no puedo

que valga la queja más

que vale el gusto de veros.

¿Vos en Valencia, don Carlos,

y no en mi casa? ¿Qué es esto?

Pues ¿cómo se hace este agravio

a amistad y parentesco?

Carlos La queja, don Juan, estimo,

como es justo; pero tengo

la disculpa tan a mano

que habéis de olvidarla presto.

¿Cómo estáis?

Juan Para serviros

siempre, a todo trance expuesto.

Carlos ¿Vuestra hermana y prima mía?

Juan Salud goza; mas dejemos

el cumplimiento, por Dios;

que es un hidalgo muy necio.

¿Qué venida es esta, Carlos?

¿Qué hay en la corte de nuevo?

Carlos ¿Qué ha de haber? Desdichas mías,

de que en vano voy huyendo;

pues dondequiera que voy

allí, don Juan, las encuentro.

Juan Con eso que me habéis dicho

me habéis crecido el deseo

de saber qué causa os trae

tan despulsado el aliento.

Carlos Yo vi una hermosura, y yo

la amé, don Juan, tan a un tiempo

todo, que entre ver y amar

aun no sé cuál fue primero.

Rendido ostenté finezas,

constante sufrí desprecios,

fino merecí favores,

celoso lloré tormentos;

que éstas son las cuatro edades

de cualquier amor; pues vemos

que en brazos del desdén nace,

crece en poder del deseo,

vive en casa del favor

y muere en la de los celos.

Entraba de noche a hablarla

de un criado al aposento

que corresponde a su cuarto;

escuchamos pasos dentro,

volvió ella, y yo tras ella,

o recelando o temiendo

que fuese su padre, cuando

vimos un hombre cubierto

que de su cuarto venía

a hurto sus pasos siguiendo.