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No siempre lo peor es cierto es una comedia de capa y espada. Sin embargo, su tono, casi sentimental, y su argumento, la separan del resto de las comedias de Pedro Calderón de la Barca. En No siempre lo peor es cierto Don Carlos, amante de Doña Leonor de Lara, encuentra de noche un hombre en el aposento de ella. Lo toma por su rival, y lo mata, arrebatado por los celos. Luego para salvar el honor de Leonor, se la lleva consigo. La considera culpable, y pese a ello, la protege. La trama de No siempre lo peor es cierto alimenta las sospechas de Carlos, y llena de dudas a los espectadores, hasta que al fin aparece la verdad en todo su esplendor. Carlos se convence de que Leonor le ha sido siempre fiel. Este drama nos admira por el desarrollo vigoroso de su relato y el ingenio delicado de su autor. Encanta también su argumento principal y los caracteres de Don Carlos y Doña Leonor, trazados con fuerza y gracia: Carlos, de nobles y magnánimos pensamientos, arrastrado, no obstante, por esas mismas cualidades a concebir sospechas injustas; Leonor, dulce y por afectuosa con él, que tanto la ofende.
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Pedro Calderón de la Barca
No siempre lo peor es cierto
Barcelona 2022
linkgua-digital.com
Título original: No siempre lo peor es cierto.
© 2022, Red ediciones S.L.
e-mail: [email protected]
Diseño de cubierta: Michel Mallard.
ISBN rústica: 978-84-9816-452-7.
ISBN ebook: 978-84-9953-359-9.
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Sumario
Créditos 4
Brevísima presentación 7
La vida 7
Personajes 8
Jornada primera 9
Jornada segunda 53
Jornada tercera 105
Libros a la carta 143
Pedro Calderón de la Barca (Madrid, 1600-Madrid, 1681). España.
Su padre era noble y escribano en el consejo de hacienda del rey. Se educó en el colegio imperial de los jesuitas y más tarde entró en las universidades de Alcalá y Salamanca, aunque no se sabe si llegó a graduarse.
Tuvo una juventud turbulenta. Incluso se le acusa de la muerte de algunos de sus enemigos. En 1621 se negó a ser sacerdote, y poco después, en 1623, empezó a escribir y estrenar obras de teatro. Escribió más de ciento veinte, otra docena larga en colaboración y alrededor de setenta autos sacramentales. Sus primeros estrenos fueron en corrales.
Lope de Vega elogió sus obras, pero en 1629 dejaron de ser amigos tras un extraño incidente: un hermano de Calderón fue agredido y, éste al perseguir al atacante, entró en un convento donde vivía como monja la hija de Lope. Nadie sabe qué pasó.
Entre 1635 y 1637, Calderón de la Barca fue nombrado caballero de la Orden de Santiago. Por entonces publicó veinticuatro comedias en dos volúmenes y La vida es sueño (1636), su obra más célebre. En la década siguiente vivió en Cataluña y, entre 1640 y 1642, combatió con las tropas castellanas. Sin embargo, su salud se quebrantó y abandonó la vida militar. Entre 1647 y 1649 la muerte de la reina y después la del príncipe heredero provocaron el cierre de los teatros, por lo que Calderón tuvo que limitarse a escribir autos sacramentales.
Calderón murió mientras trabajaba en una comedia dedicada a la reina María Luisa, mujer de Carlos II el Hechizado. Su hermanó José, hombre pendenciero, fue uno de sus editores más fieles.
Don Carlos
Don Juan Roca
Don Diego Centellas
Don Pedro de Lara, viejo
Fabio, criado
Ginés, criado
Doña Leonor
Doña Beatriz
Inés, criada
(Salen don Carlos y Fabio, vestidos de camino.)
Carlos ¿Diste el papel?
Fabio Sí, señor;
y con notable alegría
dijo que al punto vendría
a esta posada.
Carlos Y Leonor
¿habráse ya levantado?
Fabio Aun no ha abierto su aposento.
Carlos Pues llama en él, porque intento
darla parte del cuidado
con que a asegurar me atrevo
su vida y su honor aquí,
por lo que me debo a mí,
no por lo que a ella la debo.
Llama, pues; que ya es hora
de que despierte.
(Sale doña Leonor.)
Leonor Eso fuera
si yo, don Carlos, durmiera;
pero quien padece y llora
desdenes de una fortuna
tan crüel, tan inclemente,
tan a todas horas siente
que no descansa en ninguna.
¿Qué me quieres?
Carlos Informarte
de cómo en tan triste suerte
trata mi amor defenderte,
ya que no es posible amarte.
Sabrás...
Leonor No prosigas, no;
pues sea justo o no sea justo,
basta saber que es tu gusto
para obedecerle yo.
Que, aunque en pena semejante
atento te considero
a la ley de caballero,
primero que a la de amante,
en mí no hay más elección,
más gusto, más albedrío
que el tuyo; siendo éste el mío,
¿para qué es la relación?
Carlos ¡Oh, qué bien esa humildad,
hermosa Leonor, viniera,
si de voluntad naciera,
y no de necesidad!
Leonor A quien ya le ha persuadido
la apariencia de un engaño
tarde o nunca el desengaño
pondrá su queja en olvido;
y más cuando él de su parte
tan poco hace por creer
que pudo o no pudo ser.
Carlos No trates de disculparte;
que no has de poder, Leonor.
Leonor Haz una cosa por mí,
por ser la última que aquí
ha de deberte mi amor.
Carlos Sí haré; sal de ese cuidado.
Dime, pues, lo que deseas.
Leonor Escúchame, y no me creas
después de haberme escuchado.
Carlos Con aquesa condición,
sí haré. Prosigue, pues; di.
¿Qué es lo que quieres de mí?
Leonor Solamente tu atención.
Carlos Aguarda. ¡Fabio!
Fabio ¿Señor?
Carlos Si viniere el caballero
que llamaste, entra primero,
porque se esconda Leonor.
(Vase Fabio.)
Prosigue ahora.
Leonor Ya sabes,
Carlos mío... Mal empiezo,
pues yendo a decir verdades,
hube de empezar mintiendo.
Descuido fue; ¡ay Dios! ¡Cuál debe
de andar mi amor acá dentro,
pues, de cuanto arroja fuera,
hasta el descuido es requiebro!
Ya sabes, digo otra vez,
la ilustre sangre que tengo,
por la estimación que has visto
en mis padres y en mis deudos.
También sabes que por mí,
Carlos, no la desmerezco,
aunque quieran mis desdichas
deslucir mis pensamientos.
¡Oh, cuánto en esta materia
cobarde estoy, conociendo
que contra mí hasta la misma
verdad sospechosa tengo!
Pues quien me viere venir
peregrinando a otro reino
en poder de un hombre mozo,
y dé este con tal despego
tratada que las finezas
que a su ilustre sangre debo
aun no las debo yo, pues
él se las debe a sí mesmo˛
¿cómo creerá que sin culpa
tantas desdichas padezco,
cuando al primero que obligo
es el primero que ofendo?
Pero ¿qué importa, qué importa
que en lo aparente y supuesto
se conjuren contra mí
estrella, fortuna y tiempo,
si en la verdad han de hallarse
todos de mi parte, haciendo
lo que el Sol con el eclipse,
que, aunque borre sus reflejos,
aunque perturbe sus rayos,
no por eso, no por eso
deja, a pesar de las sombras,
de salir después, venciendo
la vaga interposición
que ya le juzgaba muerto?
Y al fin contra cuantas nieblas
mi esplendor deslucen, pienso
coronarme victoriosa;
y hasta llegar este efecto,
hoy, a pesar de sus iras,
a atar el discurso vuelvo.
En la corte, patria mía,
—¡oh, pluguiera al mismo cielo
hubiera sido al nacer
mi cuna y mi monumento!—
Carlos, me viste una tarde
que, a San Isidro saliendo
con unas amigas mías
por amistad o por deudo,
llegaste a hablarlas y, dando
licencias el campo —atento
a mi hermosura dijera,
si pensara que la tengo—
de galán y de entendido
juntaste los dos extremos,
haciendo la cortesía
capa del atrevimiento.
Continuaste desde entonces
en mi calle los paseos,
en mi reja los suspiros,
de día y de noche siendo
la estatua de mis umbrales
y la sombra de mi cuerpo.
Solicitaste criadas
y amigas, que son los medios
comunes de amor, a quien
debiste que tus afectos
oyese, para escucharlos,
si no para agradecerlos.
¡Cuántos días te costó
de finezas y desvelos
que leyese un papel tuyo!
Tú lo sabes; y así quiero,
dejando empeños menores,
ir a mayores empeños.
Enterada yo de que
fuesen, Carlos, tus intentos
tan lícitos que aspiraban
solo a fin de casamiento,
admití, menos crüel
que debiera, tus deseos;
pero con aquel seguro
bastante disculpa tengo
en lo ilustre de tu sangre,
lo honrado de tus respetos,
lo galán de tu persona
y lo sutil de tu ingenio.
Ya nuestra correspondencia
entablada, en el silencio
de la noche, porque a él solo
se fiaba el amor nuestro,
nos hablábamos por una
reja de mi cuarto; y viendo
que no dejaba de ser
escándalo a los que, necios,
de sus cuidados se olvidan
por cuidar de los ajenos,
tratamos que desde entonces
entrases al aposento
de un criado, donde yo
hablarte podía sin miedo.
De esta vil curiosidad
que tantos daños ha hecho,
pues los peligros de afuera
enmienda con los de adentro,
una noche que veniste
más tarde que otras —no quiero
hablar, que no es ocasión,
en si otro divertimiento
más gustoso te detuvo,
pues al fin yo le agradezco
la novedad de venir
al daño y no venir presto—
entraste en mi casa, y cuando,
quejoso mi sentimiento,
desconfiada mi fe,
te esperaba con aquellos
dulces desaires de amor
que entre confianza y miedo
hacen el cariño más
porque le descubren menos,
apenas una palabra
pude hablarte, cuando siento
dentro de mi cuarto ruido
y a saber quién era vuelvo.
Tú, pensando que sería
desdén estudiado, a efecto
de castigar tu tardanza,
me seguiste, cuando —¡ay cielos!—
vi —¡mátame mi memoria!—
que —¡con qué dolor me acuerdo!—
un —¡con qué pena lo digo!—
hombre —¡ahógame mi aliento!—
embozado —¡qué desdicha!—
hacia mí...
(Sale Fabio.)
Fabio Aquel caballero
que enviaste a llamar aguarda
ahí fuera.
Carlos Éntrate allá dentro;
que no quiero que te vea
hasta después.
Leonor ¡Que hasta en esto
hube de ser desdichada,
pues, aun para este pequeño
alivio de hablar siquiera,
hubo de faltarme tiempo!
Carlos Hoy verás cuánto es en vano
querer disculparte.
Fabio Presto,
si has de esconderte; que entra.
Carlos Tú salte allá fuera luego;
(A Leonor.) y tú escucha lo que hablamos.
Leonor ¡Qué poco a mi estrella debo!
Carlos Menos debo yo a la mía,
pues lo que me dio la he vuelto.
(Escóndese doña Leonor y vase Fabio. Sale don Juan.)
Juan ¡Don Carlos, primo!
Carlos Los brazos
me dad, don Juan.
Juan Aunque tengo
para negarlos razón,
conmigo acabar no puedo
que valga la queja más
que vale el gusto de veros.
¿Vos en Valencia, don Carlos,
y no en mi casa? ¿Qué es esto?
Pues ¿cómo se hace este agravio
a amistad y parentesco?
Carlos La queja, don Juan, estimo,
como es justo; pero tengo
la disculpa tan a mano
que habéis de olvidarla presto.
¿Cómo estáis?
Juan Para serviros
siempre, a todo trance expuesto.
Carlos ¿Vuestra hermana y prima mía?
Juan Salud goza; mas dejemos
el cumplimiento, por Dios;
que es un hidalgo muy necio.
¿Qué venida es esta, Carlos?
¿Qué hay en la corte de nuevo?
Carlos ¿Qué ha de haber? Desdichas mías,
de que en vano voy huyendo;
pues dondequiera que voy
allí, don Juan, las encuentro.
Juan Con eso que me habéis dicho
me habéis crecido el deseo
de saber qué causa os trae
tan despulsado el aliento.
Carlos Yo vi una hermosura, y yo
la amé, don Juan, tan a un tiempo
todo, que entre ver y amar
aun no sé cuál fue primero.
Rendido ostenté finezas,
constante sufrí desprecios,
fino merecí favores,
celoso lloré tormentos;
que éstas son las cuatro edades
de cualquier amor; pues vemos
que en brazos del desdén nace,
crece en poder del deseo,
vive en casa del favor
y muere en la de los celos.
Entraba de noche a hablarla
de un criado al aposento
que corresponde a su cuarto;
escuchamos pasos dentro,
volvió ella, y yo tras ella,
o recelando o temiendo
que fuese su padre, cuando
vimos un hombre cubierto
que de su cuarto venía
a hurto sus pasos siguiendo.