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El príncipe constante es una obra escrita por Pedro Calderón de la Barca entre finales de 1628 y principios de 1629. Calderón pone en escena el ataque portugués contra Tánger en 1437. La expedición fue liderada por Enrique el Navegante y sobre todo por su hermano, el infante Fernando, maestre de la orden de Avis. Tras el fracaso de la ofensiva, el infante es hecho cautivo por el rey de Fez. El rey propone liberarle a condición de que le entregue la ciudad de Ceuta, urbe cristiana que el monarca codicia. El infante Fernando rechaza con tenacidad dicho trueque, padeciendo desde entonces y hasta su muerte una esclavitud que se asemeja a un martirio. La obra es un drama histórico o tragedia cristiana sobre el libre albedrío humano, dividido entre los requisitos éticos y la doctrina de la salvación. El personaje principal se condena conscientemente a la esclavitud, a la privación de privilegios y, finalmente, a la muerte, en nombre de la fe cristiana. El príncipe constante es una de las obras más paradigmáticas del teatro de Calderón de la Barca. Un claro referente del complejo mundo ideológico del dramaturgo. Estamos ante una de las grandes obras maestras de Calderón de la Barca. Una obra que ha recogido grandes elogios de diversas tradiciones teatrales europeas como la alemana, la polaca o la rusa. Una obra que llevó a Goethe a decir en 1804, en una carta a Schiller, «que si toda la poesía del mundo desapareciera, sería posible reconstruirla sobre la base de El príncipe constante».
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Pedro Calderón de la Barca
El príncipe Constante
Barcelona 2022
linkgua-digital.com
Título original: El príncipe Constante.
© 2022, Red ediciones S.L.
e-mail: [email protected]
Diseño de cubierta: Michel Mallard.
ISBN rústica: 978-84-96428-95-9.
ISBN ebook: 978-84-9897-247-4.
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Sumario
Créditos 4
Brevísima presentación 7
La vida 7
Personajes 8
Jornada primera 9
Jornada segunda 47
Jornada tercera 83
Libros a la carta 119
Pedro Calderón de la Barca (Madrid, 1600-Madrid, 1681). España.
Su padre era noble y escribano en el consejo de hacienda del rey. Se educó en el colegio imperial de los jesuitas y más tarde entró en las universidades de Alcalá y Salamanca, aunque no se sabe si llegó a graduarse.
Tuvo una juventud turbulenta. Incluso se le acusa de la muerte de algunos de sus enemigos. En 1621 se negó a ser sacerdote, y poco después, en 1623, empezó a escribir y estrenar obras de teatro. Escribió más de ciento veinte, otra docena larga en colaboración y alrededor de setenta autos sacramentales. Sus primeros estrenos fueron en corrales.
Lope de Vega elogió sus obras, pero en 1629 dejaron de ser amigos tras un extraño incidente: un hermano de Calderón fue agredido y, éste al perseguir al atacante, entró en un convento donde vivía como monja la hija de Lope. Nadie sabe qué pasó.
Entre 1635 y 1637, Calderón de la Barca fue nombrado caballero de la Orden de Santiago. Por entonces publicó veinticuatro comedias en dos volúmenes y La vida es sueño (1636), su obra más célebre. En la década siguiente vivió en Cataluña y, entre 1640 y 1642, combatió con las tropas castellanas. Sin embargo, su salud se quebrantó y abandonó la vida militar. Entre 1647 y 1649 la muerte de la reina y después la del príncipe heredero provocaron el cierre de los teatros, por lo que Calderón tuvo que limitarse a escribir autos sacramentales.
Calderón murió mientras trabajaba en una comedia dedicada a la reina María Luisa, mujer de Carlos II el Hechizado. Su hermanó José, hombre pendenciero, fue uno de sus editores más fieles.
Calderón parodia en un pasaje de esta pieza el sermón acusatorio que pronunció contra él un fraile tras su irrupción en el convento en que se alojaba una hija de Lope de Vega.
Alfonso, rey de Portugal
Brito, gracioso
Cautivos
Celín
Don Enrique, príncipe
Don Fernando, príncipe
Don Juan Coutiño
El rey de Fez, viejo
Estrella
Fénix, infanta
Muley, general
Rosa
Soldados
Tarudante, rey de Marruecos
Zara
(Salen los cautivos cantando lo que quisieren, y Zara.)
Zara Cantad aquí, que ha gustado,
mientras toma de vestir
Fénix hermosa, de oír
las canciones que ha escuchado
tal vez en los baños, llenas
de dolor y sentimiento.
Cautivo 1 Música, cuyo instrumento
son los hierros y cadenas
que nos aprisionan, ¿puede
haberla alegrado?
Zara Sí,
ella escucha. Desde aquí
cantad.
Cautivo 2 Esa pena excede
Zara hermosa, a cuantas son,
pues solo un rudo animal
sin discurso racional,
canta alegre en la prisión.
Zara ¡No cantáis vosotros?
Cautivo 3 Es
para divertir las penas
propias, mas no las ajenas.
Zara Ella escucha, cantad, pues.
(Cantan.)
Cautivos «Al peso de los años
lo eminente se rinde
que a lo fácil del tiempo
no hay conquista difícil.»
(Sale Rosa.)
Rosa Despejad, cautivos, dad
a vuestra canciones fin,
porque sale a este jardín
Fénix a dar vanidad
al campo con su hermosura,
segunda aurora del prado.
(Vanse los cautivos y salen las moras vistiendo a Fénix.)
Estrella Hermosa te has levantado.
Zara No blasone el alba pura
que la debe este jardín
la luz, ni fragancia hermosa
ni la púrpura la rosa,
ni la blancura el jazmín.
Fénix El espejo.
Zara Es excusado
querer consultar con él
los borrones que el pincel
sobre la tez no ha dejado.
(Danle un espejo.)
Fénix ¿De qué sirve la hermosura
—cuando lo fuese la mía—
si me falta la alegría,
si me falta la ventura?
Celima ¿Qué sientes?
Fénix Si yo supiera,
ay Celima, lo que siento,
de mi mismo sentimiento
lisonja al dolor hiciera;
pero de la pena mía
no sé la naturaleza,
que entonces fuera tristeza,
lo que hoy es melancolía.
Solo sé que sé sentir
lo que sé sentir no sé;
que ilusión del alma fue.
Zara Pues no pueden divertir
tu tristeza estos jardines,
que a la primavera hermosa
labran estatuas de rosa
sobre templos de jazmines,
hazte al mar, un barco sea
dorado carro del Sol.
Rosa Y cuando tanto arrebol
errar por sus ondas vea,
con grande melancolía
el jardín al mar dirá—
Ya el sola en su centro está
muy breve ha sido este día.
Fénix Pues no me puede alegrar
formando sombras y lejos
la emulación que en reflejos
tienen la tierra y el mar;
cuando con grandezas sumas
compiten entre esplendores
la espumas a las flores,
la flores a las espumas.
Porque el jardín, envidioso
de ver las ondas del mar,
su curso quiere imitar;
y así, el céfiro amoroso
matices rinde y olores
que, soplando, en ellas bebe;
y hacen las hojas que mueve
un océano de flores;
cuando el mar, triste de ver
la natural compostura
del jardín, también procura
adornar, y componer
su playa, la pompa pierde
y, a segunda ley sujeto,
compite[n] con dulce efeto
campo azul y golfo verde;
siendo, ya con rizas plumas,
ya con mezclados colores,
el jardín un mar de flores
y el mar un jardín de espumas.
Sin duda mi pena es mucha,
no la pueden lisonjear
campo, cielo, tierra y mar.
Zara Gran pena contigo lucha.
(Sale el rey con un retrato.)
Rey. Si acaso permite el mal,
cuartana de tu belleza,
dar treguas a tu tristeza,
este bello original
—que no es retrato el que tiene
alma y vida— es del infante
de Marruecos, Tarudante,
que a rendir a tus pies viene
la corona. Embajador
es de su parte, y no dudo
que embajador que habla mudo,
trae embajadas de amor.
Favor en su amparo tengo.
Diez mil jinetes alista
que enviar a la conquista
de Ceuta, que ya prevengo.
Dé la vergüenza esta vez
licencia. Permite amar
a quien se ha de coronar
rey de tu hermosura en Fez.
Fénix (Aparte.) (¡Válgame Alá!)
Rey ¿Qué rigor
te suspende de esa suerte?
Fénix La sentencia de mi muerte.
Rey ¿Qué es lo que dices?
Fénix Señor,
si sabes que siempre has sido
mi dueño, mi padre y rey,
(Aparte.) ¿qué he de decir? (¡Ay, Muley,
grande ocasión has perdido!)
El silencio —¡ay infelice!—
hace mi humildad inmensa.
(Aparte.) (Miente el alma, si lo piensa.
Miente la voz, si lo dice.)
Rey Toma el retrato.
Fénix (Aparte.) (Forzada
la mano le tomará;
pero el alma no podrá.
(Disparan una pieza.)
Zara Esta salva es a la entrada
de Muley, que hoy ha surgido
del mar de Fez.
Rey Justa es.
(Sale Muley con bastón de general.)
Muley Dame, gran señor, los pies.
Rey Muley, seas bien venido.
Muley Quien penetra el arrebol
de tan soberana esfera,
y a quien en el puerto espera
tal aurora, hija del Sol,
fuerza es que venga con bien,
dame, señora, la mano,
que este favor soberano
puede mereceros quien
con amor, lealtad y fe
nuevos triunfos te previene,
y fue a serviros, y viene
tan amante como fue.
Fénix (Aparte.) (¡Válgame el cielo! ¿Qué veo?)
(Aparte.) Tú, Muley (¡Estoy mortal!)
vengas con bien.
Muley (Aparte.) (No con mal
será, si a mis ojos creo.)
Rey En fin, Muley, ¿qué hay del mar?
Muley Hoy tu sufrimiento pruebas,
de pesar te traigo nuevas
porque ya todo es pesar.
Rey Pues cuanto supieres di,
que en un ánimo constante
siempre se halla igual semblante
para el bien y el mal... Aquí
te sienta, Fénix
Fénix Sí, haré.
Rey Todas os sentad... Prosigue
y nada a callar te obligue.
(Siéntanse el rey y las damas.)
Muley Ni hablar, ni callar, podré.
Salí, como me mandaste,
con dos galeazas solas,
gran señor, a recorrer
de Berbería las costas.
Fue tu intento que llegase
a aquella ciudad famosa,
llamada en un tiempo Elisa,
aquella que está a la boca
del Freto Eurelio fundada,
y de Ceido nombre toma
—que Ceido, Ceuta, en hebreo
vuelto al árabe idioma,
quiere decir, hermosura,
y ella es ciudad siempre hermosa—
aquélla, pues, que los cielos
quitaron a tu corona
quizá por justos enojos
del gran profeta Mahoma;
y en oprobio de las armas
nuestras, miramos agora,
que pendones portugueses
en sus torres se enarbolan
teniendo siempre a los ojos
un padrastro que baldona
nuestros aplausos, un freno
que nuestro orgullo reporta,
un Cáucaso que detiene
al Nilo de tus victorias
la corriente, y, puesta en medio,
el paso a España le estorba
Iba con órdenes, pues,
de mirar, e inquirir todas
tus fuerzas, para decirte
la disposición y forma
que hoy tiene, y cómo podrás
a menos peligro y costa
emprender la guerra. El cielo
te conceda la victoria,
con esta restitución;
aunque la dilate agora
mayor desdicha, pues creo
que está su empresa dudosa,
y con más necesidad
te está apellidando otra;
pues las armas prevenidas
para la gran Ceuta, importa
que sobre Tánger acudan,
porque amenazada llora
de igual pena, igual desdicha,
igual ruina, igual congoja.
Yo lo sé porque en el mar
una mañana, a la hora
que, medio dormido el Sol,
atropellando las sombras
del ocaso, desmaraña